martes, 26 de agosto de 2014

EL CABECEADOR.

Con un poco de memoria, recordamos los entierros de quienes nos han antecedido a la partida, y,tomando en cuenta un solo aspecto de los varios que tenían, se puede anotar el acompañamiento musical con piezas apropiadas al momento triste que representa un fallecimiento, más aun si nos toca en forma directa.

Acompañamiento musical que no era general, apreciándose en algunas ocasiones.

Los tiempos pasados, pasado es, y en los días que corren del siglo veintiuno, la situación ha cambiado notablemente.

Las escenas que se aprecian en los entierros de hoy en la Ciudad de Huacho son más que elocuentes.

Acompañamiento musical con variados temas o con el que prefirió el finado en vida, van con el paso lento de los acompañantes, en notorio sonido por calles rumbo al cementerio que  será la morada del
difunto.

Y no solamente es música lanzada al viento, sino baile de quienes cargan el ataúd del fallecido.

Es un baile de quienes cargan y de quien es cargado, incluso en su momento culminante baile de un
concurrente,familiar o nó, con los mencionados anteriormente.

Definitivamente un baile especial.

Cabe incluir un cuento que alguien narrará como crónica en tiempo desconocido, en la Ciudad de Huacho o en otro lugar.

Erase una vez,  un entierro,
con acompañamiento musical.
Iban por los aires valses, polkas, marineras,
himno de la  Ciudad de Huacho incluido,
boleros y música movida,
que al paso del féretro,
a todos animaba a echar un vistazo al cortejo.

Ya en la puerta de la residencia del finado,
música y baile animaban la fría y triste tarde,
ni que decir de todos los andares,
en donde se depositaban muchos pesares.

Para todos los parientes,
cada nota musical, resulta un puñal
que acrecienta la pena por la desaparición,
sea buena o muy buena la interpretación.

Llegado al cementerio, resultó
que del ataúd, el finado saltó,
y acometiendo contra los bailarines
que lo cargaron e hicieron danzar,
devolvió golpe por golpe
a los ocasionales danzarines.

Y, como muchos lo vieron,
quedó para el recuerdo
el sobrenombre  de Cabeceador,
porque habiendo soportado cabezazos,
se los devolvió con tal intensidad,
que todos los bailarines hubieran preferido
cientos de latigazos.

Dochanlu.

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